Como en las películas que trabajan el tema del viaje en el tiempo, mirar a mi padre es mirarme en el futuro.
Bienvenidos y gracias por volver a leerme una vez más.
Es mi propio espejo, aunque con más canas, un poco más arrugado y más bajito que yo.
No somos perfectos y no nacimos con el manual de instrucciones.
Cuando lo miré me vi en el espejo.
Mi viejo, papi, pa’ o como comúnmente le dicen papá, es uno de esos seres que cuando están y te das cuenta que están, te hacen sentir de alguna manera segur@. Cuando era niño ese era mi sentimiento y con el pasar de los años, crecer me ha costado como a todos nos pasa y en el camino de crecer nos distanciamos de alguna manera para hacer nuestro camino al andar.
En algún lugar del camino me detuve y miré por un momento atrás y vi que aún contaba con el apoyo de mi padre, que aún estaba ahí, pendiente de cómo me iba, como cuando me llevaba de adolescente a la Escuelita de Bomba y plena Don Rafael Cepeda, en el sector Playita en Santurce o cuando escuchaba desde cualquier punto de la calle su silbido llamando desde afuera de la casa para que regresara porque ya era tarde, a veces desde al frente de la casa de mis panitas y hermanos de la vida David y Nelson, donde a veces se me pasaba la hora de regresar.
José Luis Ramos Santiago es uno de los personajes principales en la historia de mi vida. Es de Luquillo y es bien orgulloso de decirlo siempre, aunque no ha vuelto a su pueblito desde hace largos años. Se crió con su abuelo paterno Don Gil (Güelo), que según cuenta José era un prieto de ojos verdes que parece que atendía a más de un amor, o sea que se las traía como decimos en Puerto Rico. De Luquillo conozco poco porque él nunca regresó. A su papá de sangre, un militar de carrera, no lo conocía aunque siempre tenía una cuentita a nombre de él en la tiendita de Don Sico. Esa lista, cuenta el viejo que se iba en dulces mayormente. Sus años en Luquillo se pasaban entre una casa en el campo, la escuela, el río y la desembocadura de éste que lo llevaba con sus amigos hasta la playa. También habla de una casa en el pueblo, en una calle que hoy día lleva el nombre de uno de sus vecinos de aquel entonces. Güelo, como papi le decía, lo llevó con su madre un día cuando ya papi tenía unos 11 años. Él no sabía porque, pero en el proceso de acostumbrarse a su nueva vida con la madre que no lo había visto crecer, se enteró de que Güelo había enfermado gravemente y no duraría mucho tiempo más. Ese duelo papi lo sufrió en la distancia fría de Chicago, a donde fue a vivir con su madre biológica, Luz Santiago. Allá en la ciudad del Lago Michigan, conoció en la iglesia que frecuentaban los boricuas a Lolita Aulet y a Pepe González, ambos de Manatí. Esos dos merecen historias a parte pero fueron importantes para papi porque al conocerlos, conoció a la mayor de sus entonces 3 hijos, Dianita mi mamá.
A lo largo de la historia, por alguna razón de la cual faltan detalles, él regresó a Puerto Rico alrededor de sus 20 años y Lolita y Pepe también. El cariño que se tuvieron allá los conectó en la isla y papi viajaba de Río Grande a Bayamón a visitarlos en un Volky de aquellos tiempos, que por cierto se lo vendió según me cuenta, un joven doctor llamado Norman González Chacón. Papi vivía tan enchula’o de mami que viajaba con frecuencia y cuentan los chismes familiares que cuando se fue a casar, su mamá no “aprobaba” la relación. Papi no le hizo mucho caso y se decidió por mami, a pesar de que su decisión conllevó que ni mis hermanos ni yo conocimos nunca a esa abuela paterna, pero eso cuentan que por decisión de ella. Su madre adoptiva y de quien recibió un motón de amor fue desde tiempos inmemoriales Lolita, su también suegra, que merece un largometraje totalmente para ella.
Ya en mis tiempos y más cerca del presente mi viejo se quedó solo en la casa donde me crié luego de una vorágine de eventos que no vienen al caso ahora pero que nos afectaron a todos en mi familia inmediata. Su casa, la de El Cortijo, dónde me crié, se fue deteriorando según se fue afectando su mente y su corazón. Un día simplemente se convirtió en una casa inhabitable y a veces invisible, no porque no estuviera allí, sino porque muchos no la queríamos ver así. Y un día muy difícil decidí crecer. Decidí enfrentar el abandono y lo miré para verme a mí. Resultó que es mi propio espejo, aunque con más canas, un poco más arrugado y más bajito que yo. Todo el mundo lo veía junto a mí y me decían: WAO! Que gran parecido tienes con tu papá. Y comencé a aceptar que así me vería y decidí asumir la responsabilidad de ayudarlo a vivir mejor el tiempo que le quede en esta tierra. Pensé que si quiero vivir mejor el tiempo que me toque estar como él, le debo enseñar a mis hijas como quiero que me traten y me amen. Y volví con él y con mis hijas a Luquillo, andamos por la calle del pueblo en donde vivió y a pesar de no recordar muchas cosas por sus fallos típicos mentales de la vejez, José Luis nos guió cuesta arriba por el campo de Luquillo, directo a la casita del campo donde se crió con su abuelo. Una vez allí y luego de preguntarle a una vecina cercana a aquella casita, sufrió al enterarse que uno de sus hermanos de crianza, con quien no tuvo más contacto desde niño, había fallecido. A pesar del "shock emocional" disfrutó volver a sus raíces y pasar cerca del río, la playa y su escuela, que increíblemente y a pesar de los tiempos, sigue allí.
Y volví al Cortijo, poco a poco, con amor y con paciencia y con la ayuda de un par de personas con ganas de trabajar y ayudar de verdad con el corazón, comenzamos a sacar del abandono la casita del viejo. Papi cumple 80 ahora en el 2020 y ya no los va a cumplir en una casa deteriorada por el tiempo y las circunstancias humanas de la vida. Poco a poco la casita ha vuelto a la vida y su rostro, el de papi, se parece cada vez más al rostro que quisiera tener cuando llegue a parecerme más y más a él. Por eso celebro con ustedes que este será un Feliz día de los Padres.
Como decía aquel gran prócer de la TV boricua, CONTINUAREMOS.
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